Lydia Cacho dejó México. Su salida,
afirma la periodista, es temporal, mientras se logra estructurar una
serie de medidas para garantizar su seguridad.
La noticia corre por las redes
sociales, y es imposible no recordar al “gober precioso”, Kamel
Nacif y demás involucrados en la agresión que sufrió la reportera
en 2006 a manos del mandatario poblano.
En esa ocasión, pese a la detención y
agresiones que sufrió, Cacho siguió adelante, denunciando y
escribiendo, pero a seis años siguen las amenazas, cada vez más
violentas y no queda otra salida que un boleto de avión y la
esperanza de regresar.
Fue un par de años después de la
agresión contra Lydia Cacho que leí el libro que desencadenó todo,
“Los Demonios del Edén”. Fue de esas lecturas que no puedes
soltar, y en dos días terminé las páginas con una mezcla de
indignación, asqueada y sumamente alterada. Lograr eso es prueba de
una pluma talentosa, que ahora posiblemente seguirá escribiendo
desde su refugio, pero lejos, muy lejos de aquí.
Otro de los casos recientes de
agresiones a periodistas fue el de Sanjuana Martínez, oriunda de
Monterrey. Sus investigaciones suelen girar en torno a la trata de
personas, violaciones de derechos humanos y temas de género.
A principios de julio fue detenida de
manera arbitraria, en medio de un fuerte operativo policíaco por un
caso de justicia familiar, el cual no requería que la reportera
pasara una noche en prisión.
¿El motivo del arresto? Supuestos
problemas en el juicio por la custodia de sus hijos. ¿La realidad
detrás de esto? Días antes, Martínez había denunciado
arbitrariedades y abusos de poder de la juez Luz María Guerrero
Delgado de Lejía, quien además era la responsable de llevar el juicio de Martínez contra su ex marido.
Ambos casos han llegado a las páginas
principales de los medios, mayormente los electrónicos, en gran
parte porque ambas son reconocidas a nivel nacional. Pero ¿qué pasa
con los reporteros de a pie que son amenazados, secuestrados,
desaparecidos o asesinados todos los días?
Los hechos suelen se consignados, y los
medios de las localidades donde se dieron los hechos suelen dar
cobertura más amplia, pero a nivel nacional, el tema tiende a desaparecer. ¿Por
qué? Simplemente por el hecho de que en el ambiente de violencia que
se vive en el país es “normal” los asesinados y agresiones.
Pero, y esto hay que resaltarlo, estos
ejemplos que comparto tienen algo que llama la atención: no son agresiones por narcotráfico, sino por
denunciar los nexos de las autoridades y funcionarios con hechos
delictivos.
En la última década han sido
asesinados 83 reporteros, ya sean escritos o gráficos, 14 han desaparecido, además en el norte del país son recurrentes las bombas en
las puertas de las instalaciones de los medios de información.
De acuerdo a cifras de la asociación
Artículo 19, el 53 por ciento de las agresiones que viven los
periodistas en México son por parte de funcionarios públicos, y
solo el 13 por ciento son cometidas por miembros de bandas delictivas.
Considerando esto, me pongo a
reflexionar acerca del papel del periodista. Mucho se dice acerca de
como la sociedad depende de los reporteros para informarse, que es
por medio de lo que escribimos o leemos en nuestros medios que la
población se entera de lo que sucede.
Entonces, ¿dónde está nuestro
compromiso con esa responsabilidad? En el día a día veo las dos
vertientes de periodistas. Los que van a los eventos, multiplican
notas de una entrevista, se quedan con la declaración y nunca salen
de sus redacciones. Esos tienen la vida segura, pues al irse con la
información oficial, pocas veces alterarán a algún personaje.
Están los otros, los que investigan,
hacen contactos, hablan con la gente, corroboran, hacen preguntas
incisivas en las entrevistas al grado de ser vetados por determinados
integrantes de los gabinetes de gobierno. Estos son los que podrían
estar en riesgo en algún momento, pero todo con el objetivo de
obtener la información, y poder entregar productos de calidad a la
población. Estos son los que menos ganan, pero los que más
disfrutan su profesión.
En lo personal, aún me considero en
pañales, y estoy en un pequeño limbo entre ambas clasificaciones,
pero mi rumbo es hacia los salarios bajos y malas horas, pero
con la certeza de que lo que escribo le puede servir a alguien en
algún momento.
Los reportes de agresiones en contra de
los compañeros periodistas en el resto del país, más allá de
amedrentar o incluso inhibir y dar miedo a los demás profesionales
de la información, siento que lo que deben hacer es motivarnos y
recordarnos la importancia de lo que hacemos, ayudarnos a mantener
presente por qué entramos a esto, y si a pesar de todo nos da miedo
y queremos salirnos, implica que escogimos la carrera por las razones
equivocadas.
Un doctor se compromete a trabajar por la salud de las
personas, el reportero hace lo mismo, su compromiso es con la información, ponerla en manos de la población, con la esperanza de que esta sirva de algo, un intento de primeros auxilios para curar las heridas de nuestra joven democracia.
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