Lo he dicho en más de una ocasión, soy una adicta a los libros, por eso sostengo que es extremadamente peligroso que viva a unos pasos de una librería. Cuando paso por ahí cierro los ojos para no correr dentro a comprarme un buen par de nuevos amigos... perdón, libros.
Este es un problema que, creo, tenemos
tanto mi hermano y yo, por eso mis papás dudaban en darnos dinero
para “ropa” cuando estábamos en la universidad, porque sabían
que la próxima vez que nos visitaran nos verían con los mismos
trapos pero un par de nuevos volúmenes saturando nuestros libreros.
Soy de las mujeres que siempre trae
bolsa grande, y no porque traiga cremas, maquillaje, peine para el
cabello, moose, cepillo de dientes y mil maravillas dentro, sino que
el tamaño de mi bolsa es directamente proporcional al tamaño del
libro que me acompañe en esos días. No me importa que no tenga
tiempo en el día para leerlo, siempre lo traigo conmigo por si
acaso.
Mi afición por la lectura comenzó
cuando estaba pequeña, tal vez a los ocho o nueve años. Mi papá
tenia que viajar mucho a Villahermosa por cosas del trabajo, y cada
vez que regresaba a la casa le traía a mi hermano un libro de la
serie Escalofríos y a mi los libros de las tiras cómicas de
Garfield. Recuerdo leer y releer esos pequeños libros, y dormir con
ellos bajo la almohada.
Más adelante, mi mamá me regaló una
edición de Mujercitas que hasta la fecha me fascina. Tapa dura roja,
hojas delgadas y un olor que siempre significara casa para mi.
De ahí comenzaron a apilarse y
apilarse libros de todo tipo, en español, en inglés, novelas,
poesía, ensayos, periodismo, una novela gráfica por ahí,
recopilaciones de cartas, etc. En mis eternas mudanzas siempre ha
sido un problema empacar la colección, pues el peso es tal que es
imposible moverlos.
Hoy la mayoría están en casa de mis
papás en Tabasco, pero mantengo conmigo aquellos que tienen cierto
valor sentimental o informativo para mi, y con el paso de los meses
de pronto les agrego un par de hermanitos.
Bueno, ¿a qué se debe todo este
rollo? Resulta que ayer me tocó ir a una rueda de prensa de gobierno
del estado, la cual en sí no me pidieron que cubriera, sino que
intentara entrevistar a una persona que simplemente no se dejó. El
evento no debía pelarlo, pero esto me causó conflicto, ¿por qué
dirán ustedes? Entre los temas que se dijeron, anunciaron una
colecta de libros para repartirse en escuelas, centros de
readaptación social, hospitales y demás. La campaña arrancará
este domingo 29 de julio, y habrá centros de acopio en
universidades, plazas comerciales y edificios del gobierno poblano.
No soy oficialista, procuro siempre
mantener una postura crítica con respecto a los temas del gobierno,
pero debido a mi adicción, el tema me pareció noble, interesante y
digno de difusión. Por un segundo hasta consideré donar uno de mis
pequeños, pero no puedo separarme de ellos.
En lo personal, considero que este tipo
de esfuerzos son importantes, debido a lo triste del nivel de lectura
en el país. De acuerdo con datos de Conaculta, el mexicano promedio
lee por diversión un libro al año.
Además, alrededor del 28 por ciento de la población del país dice haber leído al menos un libro en el último año, siendo el DF, Aguascalientes, el Estado de México, Querétaro y Hidalgo donde la proporción de gente que lee es mayor.
El estado que menos lee es Tabasco,
donde solamente el 18 por ciento de la población dijo haber leído
al menos un libro en el año.
Sé que la situación en el país es
difícil, no todos tienen la oportunidad de comprarse un libro de vez
en cuando, lo sé, a mi me pasa. Por eso es que digo que es noble el
esfuerzo de esta donación de libros, poner ejemplares llamativos en
las bibliotecas de las escuelas públicas, para que los niños se
acerquen y escapen un par de horas de la
realidad que lo aqueja en sus casas sumergiéndose en mundos de fantasía. O que en las salas de espera
pongan literatura en vez de revistas de espectáculos o telenovelas
en las pantallas.
De mi parte, seguiré haciendo lo que me corresponde. Leer más libros para incrementar las estadísticas, analizar qué puedo donar a la campaña, y cuando nazcan mis sobrinos (porque sé que esos saldrán primero que hijos míos) leerles cada que pueda, regalarles cuentos, historias y demás, con la esperanza que poco a poco se vaya contagiando esta adicción de la cual espero nunca rehabilitarme.