miércoles, 24 de febrero de 2010

Cuentos urbanos

Al verla sentada de esa manera, con la cabeza apoyada en el respaldo de esa silla y la mirada perdida en algún puto que él no podía descifrar, Francisco no podía más que ver a Sofía como una princesa de un cuento urbano, una bella durmiente de oficina ofreciendo sus labios al mejor postor, porque hoy en día la realeza masculina se mide por la cantidad y calidad de regalos que se le presentes a las reinitas.

Desde el extremo opuesto del pasillo él la observaba constantemente, sin tener nunca el valor para acercase y dialogar con esa ninfa quien, con sólo decirle “hola” en las mañanas, despertaba un cierto cosquilleo en sus pantalones.

Él pasaba horas observándola, se sentía identificado con ella, la amaba a pesar del silencio abismal que se cernía entre ambos. Había sido testigo de todos los cambios de Sofía, desde el día que se cortó el cabello, o cuando usaba aretes nuevos o retocaba su manicure francés, hasta sus cambios emocionales, el rubor que coloreó sus mejillas cuando el “hombre ese” (así le decía Francisco al no saber su nombre) comenzó a mandarle correos electrónicos, hasta la hinchazón en sus ojos el día que terminó esa relación; pero eran momentos como este, cuando veía en su mirada esas ganas de huir, esas ansias de dejar todo atrás, que él más la amaba.

Soñaba con llegar a la puerta de la oficina en un Audi blanco, que subía hasta esa prisión donde Sofía esperaba cual Rapunsel peinando sus cabellos; estando frente a ella, se veía ofreciéndole una tarjeta de crédito sin límite, ante lo cual ella desfallecía en sus brazos, y juntos se alejaban del tedio laboral en su corcel último modelo.

Estaba tan perdido en su ensueño, mirando embelesado a su princesa, cuando de pronto ella lo vio, lo miró un par de segundos y le sonrió. Ante esto, Francisco sintió el cosquilleo en su pantalón y, apenado, regresó la mirada al monitor sin devolver la sonrisa; de reojo alcanzó a ver como Sofía regresaba a su posición original sin darle importancia al incidente.

Y es que este príncipe urbano, prefiere quedarse hechizado por un sueño imposible, que enfrentar al dragón llamado realidad.

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