Con el riesgo de que me tachen de fresa, confieso que nunca he ido a consulta en el Seguro Social. El encuentro más cercano que he tenido a la burocracia médica fueron mis constantes visitas a la clínica de la universidad donde estudié. Pero nunca nada en el mundo “real”. Por eso creo que mi experiencia de hoy me llamó tanto la atención.
Desde hace unos días he tenido un pequeño dolor en la espalda, y un poco de mi paranoia combinada con un arranque de hipocrondría me llevó a buscar una opinión médica, por temor a que fuera algo con mis riñones, ya que hace unos años tuve una leve infección. Así pues, le pedí a una tía que trabaja en un centro de salud que me contactara con un doctor.
Esta mañana, poco antes de las 9 de la mañana fui a la clínica, pero como ésta se encuentra en reconstrucción, las instalaciones estaban distribuidas en las calles aledañas. Primero, los consultorios estaban en una pequeña casa justo enfrente del edificio original. En lo que sería el garage había un montón de sillas donde las personas esperaban desde muy temprano su turno.
Después de preguntar por mi tía, pasé a su consultorio y de inmediato me llevó con el médico que me atendería. Con sólo unas cuantas preguntas, una revisión muy rápida de mi espalda, el doctor me recetó una medicina para el dolor y un antibiótico “por si acaso era una infección en los riñones”. En menos de 10 minutos ya estaba en la calle, con mi receta en mano y en búsqueda de la farmacia del centro de salud.
Caminé unos pasos y encontré en la siguiente cuadra otra casa blanca con el portón abierto, gente sentada en unas sillas y otras haciendo fila en una ventanilla, me acerqué, me formé y esperé. No había un letrero ni nada que indicará si estaba en el lugar adecuado, así que, después de esperar un buen rato e impresionarme de las piernas peludas de la señora parada detrás de mí, pregunté y una señora me contestó “no, aquí son puros trámites, tienes que caminar hasta la próxima cuadra”.
Así pues, regresé a la calle completamente desorientada. Llegué a la siguiente esquina, vi una casa abierta con unas personas dentro, una vez más pregunté “Disculpe, ¿aquí me pueden surtir esta receta?” ante lo cual una señorita amablemente me llevó a la puerta y me señaló una casa rosada “ahí es, en esa ventana pide las cosas”.
Llegué hasta la dichosa casa, feliz de al fin haber llegado al final de mi recorrido. Mientras esperaba mi turno, no pude evitar imaginarme esto como una compra de drogas, llegas a un lugar escondido, tocas una pequeña ventana o portón, pasas el dinero y rápido te dan tu dosis, y luego sigues caminando como si nada.
Cuando al fin ya tenía mi medicamento en mi mano y empezaba el camino de regreso a casa, revisé mi receta y dije “Claro, demasiado bueno para ser cierto”, me habían dado la medicina equivocada. Así pues, regresé sobre mis pasos, le hice ver su error a la persona y me entregó la caja adecuada.
Ya cuando al fin llegué al final de mi odisea me quedé pensando en cómo las miles de vueltas que di son comunes, no sólo en una clínica fragmentada como esta, sino también en las que se encuentran en un solo edificio. ¿Por qué en algo tan esencial como la salud ponen tantas trabas, tantos “ve para acá”, “ve para allá”? Poco falta para que digan “Tienes que programar tu próxima emergencia, porque si no alcanzas ficha, no te podremos atender”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario