jueves, 25 de noviembre de 2010
Una más
Te quiero así, por partes y de permanencia voluntaria, pues tenerte de fijo sería un peligro, una sobredosis y mi perdición. Te necesito en momentos asilados, para enredar piernas, brazos, lenguas y cuerpos, para después de ser uno, ser dos, simplemente ser.
domingo, 7 de noviembre de 2010
El accidente
“Detrás de tu sonrisa se esconden lágrimas” me dijo una vez una mujer en un parque al leerme la mano, desde entonces no sonrío mucho, decidí no ser hipócrita. ¿Para qué sonreír a un mundo que no me sonríe?. Cuántas veces mi madre me ha dicho “Amelia, deberías sonreír más, sino nunca conseguirás novio”, como si me importara.
Recuerdo cómo la conocí. Mi primer mes en la universidad y nadie que se me acercara, por mi mejor. Sentada en una banca, escuchando un cd, viendo pasar a todas esas parejitas, tomados de la mano, dándose besitos de vez en cuando, aumentando mis ganas de vomitar a cada segundo. De pronto ella se acercó.
- Disculpa, ¿tienes un encendedor?
- Si, claro.- Al dárselo, vi en sus ojos algo diferente a los de los demás.
- Gracias – dijo después de darle un golpe al cigarro.- Dicen que el cigarro mata, llevo cerca de 4 años fumando y no pasa nada, es una estafa, ¿no crees?
- La vida en si es una estafa, no se de que te quejas.
- Cierto, me ganaste en esa.- dijo sonriendo.
Su nombre era Tania. Después de eso ella fue la única persona que se acercaba, que me saludaba, que me hablaba, que me hacía sonreír. Fue para mi lo que muchas personas llaman amiga. No teníamos tantas cosas en común, a ella le gustaban ciertas cosas, a mi otras, lo que nos unía era esa mirada, era la misma en las dos, de aburrición, de desesperación, de un asco y aberración por la vida; la mirada de un ave en una jaula, viendo a lo lejos a sus iguales partir hacia la libertad.
Una de nuestras grandes diferencias era nuestra visión hacia los hombres, yo los veía como seres despreciables, nunca alguno de ellos fue agradable conmigo, ni siquiera mi padre, así que mientras más lejos de ellos me encontrará, mejor. Ella, por el otro lado, los usaba, y ¿cómo no hacerlo siento tan bella como era?, pelo castaño y ojos azules, tez clara y muy buen cuerpo; nada comparado conmigo, flaca, plana y sin ningún atributo adicional.
- Cuando quieras te presto a uno de los míos, los hombres son tan fáciles – decía constantemente Tania entre bromas.
Una noche, después de salir del cine, íbamos en mi coche, platicando acerca de la película que acabábamos de ver, para mi la típica película gringa, para ella rescatable por que el actor principal estaba bien bueno. Entonces, después de una larga pausa, al detenernos en un semáforo, ella dijo:
- Te reto: acelera a todo lo que da el coche, estréllate contra lo primero que te encuentres.
- ¿Y que ganó si lo hago? –dije con una pequeña sonrisa.
- No sabemos si ganarás tu. La que quede viva, pierde.
- Perfecto.
Nos quitamos los cinturones de seguridad. Al ponerse el semáforo en verde acelere a todo lo que pude. La veía de reojo y veía que ella sonreía, yo igual lo hacía. Doble hacia la derecha, había un trailer estacionado. Ni siquiera lo pensé. El impacto fue directo.
Al despertar en el hospital lo comprendí. Las malditas bolsas de aire. Mire a mi alrededor buscándola en la cama de a lado, mas sólo encontré a mi madre, la forma en la que me miraba me dijo todo. Tras la puerta abierta vi a los padres de Tania abrazados, llorando. Con eso me basto. Había perdido, la muy maldita me ganó. Ahora he de soportar esta derrota cada mañana al despertar y darme cuenta que sigo viva, recordando este accidente.
El accidente fue sobrevivir.